Lo terrible de haber resucitado es que ya no puedes dejar de ver las cuencas vacías de los muertos.
-Beñat Arginzoniz-
Me tumbé bajo la sombra de un árbol.
Fui depositando mi fatiga en la hierba.
Era un buen momento para la lectura.
Fui pasando las hojas del viejo libro.
Ahí estaba escrita toda mi existencia.
Poco a poco llegué al epílogo.
Acaricié las últimas páginas de mi vida.
Y en el último párrafo descubrí.
Que siempre estuve muerto.
Que fui un muerto cualquiera.
Un muerto hacinado entre millones de muertos.
Que vagué como sombra entre sombras.
Por los prados de Asfódelos.
Que luché contra los demonios del Tártaro.
Para recuperar mi alma perdida.
Fue imposible depurar tanto horror.
Y resucité en primavera.
Sin alas. Sin alma.
Como una larva infame.
En medio de la batalla crepuscular.
Bajo un cielo herido desangrándose.
Sobre campos violentos de amapolas encendidas.
Donde la vida se quiebra en un sollozo.
Por el vuelo de la mariposa hacia la muerte.
Ese es el epigrama final disipado por el viento.
Morir sin morir y vivir sin la vida.
Hola, Funámbulus.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu visita a mi blog de la Trastienda. Me encantan las estampas de tu blo. En el mío de las Caracolas también aplico arte surrealista como tú y queda preciosa cualquier composición.
Tus letras oscuras, las de este poema que has escrito, trasladas algo de resignación, en cambio, con una belleza indescriptible.
Un beso enorme.
Un poema precioso en su desolación.
ResponderEliminar