No he podido evitar comportarme como ese gato tuyo que para ganarse tu cariño te ofrenda el cadáver de un pájaro, cuidadosamente puesto sobre el reluciente suelo de tu casa.
Yo te ofrendé los pedazos remendados de esta miserable existencia que llevo a cuestas, depositándola cuidadosamente en la delicadeza de tus dedos.
Y tú, horrorizada por tan grotesca donación, abriste la ventana y con un gesto de repugnancia me echaste de tu vida.
Y tú, horrorizada por tan grotesca donación, abriste la ventana y con un gesto de repugnancia me echaste de tu vida.
Un buen símil, en ambos casos resaltando la falta de empatía de ella, pero la comparación nos lleva más allá, pues se respira clasismo, y ya casi adivinamos cómo es...
ResponderEliminarUn abrazo