Tal vez el mundo sea bello cuando el sol claro lo ilumina, pero soterrado en el silencio hay un río oscuro sin peces que se empoza y van a pudrirse sus aguas en el lodo. Soterrado en el silencio hay un hombre oscuro sin nombre que se le ve venir de la lontananza con su caminar errabundo y un pequeño hatillo bajo el brazo. No tiene nada que hacer, tampoco sabe adónde va, ni llegará a ninguna parte con su corazón de mala muerte. Habla poco y blasfema mucho porque las palabras bonitas se le han encarroñado en la garganta. Ha bebido mucho polvo. Lleva sobre sus espaldas un montón de piedras y rocas y se ha percatado de que en cada grano de arena hay derrumbe de montañas.
Donde hubo vida ahora hay olvido y donde hubo amor solo le queda un poco de ceniza de ese fuego que arde rápido y se apaga. Por eso, debajo de su piel quemada está lleno de noche y de frío. Y de horas de dormir al raso, a solas, entre el cielo y la tierra, entre los árboles y el viento. Lleva la soledad en sus bolsillos y siempre pasa de largo. Sabe que no hay camino ni lugar, ni puerta a la que llamar.
Donde hubo vida ahora hay olvido y donde hubo amor solo le queda un poco de ceniza de ese fuego que arde rápido y se apaga. Por eso, debajo de su piel quemada está lleno de noche y de frío. Y de horas de dormir al raso, a solas, entre el cielo y la tierra, entre los árboles y el viento. Lleva la soledad en sus bolsillos y siempre pasa de largo. Sabe que no hay camino ni lugar, ni puerta a la que llamar.
Al final, muerto el día, cuando los ladridos de los perros revelan esas horas lastimeras de hastío de dejarse llevar por el abandono, el hombre y su espectro se arrastran como haraganes por las sombras de las callejuelas, más allá del bien y del mal, más allá de las barras de los bares en las que a veces se bebe o se mata. Pero él no tiene ningún miedo, se le disputan, le aclaman, es el mejor jugando a la ruleta rusa y a todos les fascina su mirada de reptil cuando aprieta el gatillo y paraliza el tiempo y el silencio. A las putas les gusta su dinero salpicado de sangre y se le echan encima como serpientes con sus bocas abiertas, buscando entre los despojos de su alma y su fatiga ese fulgor oscuro, ese dolor amigo, y el sabor de sus besos agridulces que queman como el hielo.
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